No sé si un día quise aprender a tocar piano. No sé si hubiera preferido aprender a tocar guitarra, teclado electrónico, arpa o cuatro. Lo que si recuerdo es que lo estudié durante quince años y después de los 21 lo hice a ratos, de forma algo desordenada y casi siempre cuando tocar piano me ayudaba a encontrarme con otros espacios y memorias de vida que lanzaban cables a tierra.
Mi madre, sin embargo, si que tenía un propósito para mis estudios de piano: deleitarla con sus canciones preferidas, esas que tantas veces había escuchado en el tocadiscos en cualquier de las colecciones que durante año fue atesorando. Su objetivo con mis estudios de piano, daban sentido y propósito a mi aprendizaje: hacerla feliz. Mucho tiempo después llegué a la conclusión de que era bastante probable que, en el fondo, yo no hubiera escogido estudiar piano, en caso de que me lo hubieran ofrecido junto con otras opciones.
Apenas hace un par de lustros comprendí que gracias a aquellos estudios diarios y continuados, de horas y horas con escalas, arpegios, inversiones, digitaciones y piezas moduladas durante años, desarrollé habilidades que nunca, hasta entonces, asocié con algo cercano a la ejecución musical y que tienen que ver con motricidad fina, manejo de mis manos de forma autónoma para actividades como tipeo, rapidez y anticipación en la lectura, coordinación y ejecución individualizada de tareas en ambas manos, algunas de las cuales, dicho sea de paso, las siento un poco disminuidas desde que es más infrecuente mi práctica del piano.
A través de esta historia, habrás podido ver que el objetivo de mi madre se convertiría en propósito para mi, aunque de forma tácita hubiera llegado a mi. Creo que esto nos ocurre con mucha mayor frecuencia que la que percibimos, pues rara vez tenemos adiestrados los sentidos para adquirir plena consciencia de aquello que ocurre a nuestro alrededor, en el momento en que ocurre.
Es inevitable preguntarnos si el propósito de otra persona, cercana o no, nos aporta suficiente contenido a una acción para asignarle un objetivo en lo que hacemos. Y, quizás la pregunta más determinante aquí, sería también conocer sobre cómo poder identificar nuestros propios objetivos (de vida, de acción, de investigación…) y cómo echarlos a andar de manera apasionada y única, convirtiendolos en propósito en nuestro quehacer diario. Somos seres de energía, que no sólo la irradiamos, sino que también la recibimos. La energía puede ser positiva y, lamentablemente, en ocasiones puede irradiarse energías negativas casi con la misma fuerza.
En este punto, considero que no reviste ningún signo de egoismo el consciente adiestramiento para identificar ambas fuentes de fuerza y movimiento para la vida. Muy por el contrario, identificar nuestros propósitos y aquellos que pertenecen a otras personas, nos ayuda, en mucho, a mantener conciencia sobre esos canales de comunicación que hemos llamado energía y que podremos abordar en otro momento.
Antes preguntaba cómo podríamos descubrir y aceptar que aquello que llamamos objetivo, en realidad es parte del propósito de alguien más. No es una tarea sencilla, pero si nos asumimos seres conectados que irradiamos y recibimos energías de distinto tipo y tenor, bien podemos afinar nuestros sentidos y hacernos cada vez más compasivos y sensibles a lo que otros desean, anhelan y organizan sus espacios de acción al igual que nosotros. Sin embargo, descifrar el propósito del otro y su influencia en mi, tampoco es algo que debiera consumir mucho esfuerzo. Entonces, como diría Pierra Franckh, quizás entender que la mayor energía se acumula y maneja en el corazón, puede darnos parte de la respuesta, en especial, porque en muy pocas ocasiones dedicamos esfuerzos conscientes en discernir una jerarquía de acciones en nuestro quehacer, tal que nos permita avanzar en eso que llamaremos propósito de vida.
En otro momento abordaremos más al detalle el diseño de los objetivos (no sólo de vida, sino también de trabajo o de investigación). Te invito ahora a pensar sobre cuándo un objetivo adquiere razón de ser para nuestro propósito de vida.
Seguramente en más de una ocasión has sentido que un deseo intenso se te aloja en medio de tu pensamiento y te modificia el humor, el ánimo, la fuerza y dinamismo que tienes en ese momento. Quizás ese deseo tuvo una motivación externa, una canción, una imagen, un libro que leías, una llamada telefónica o el contenido de un tuit, algún estado de facebook o una imagen en instagram o pinterest con una escena deseada por ti sobre alguna situación. Se consituye en un estímulo que despierta un anhelo en latencia. Pero piensa con un poco más de detenimiento: esa imagen, ese texto, esa voz, te inspiró porque se conectó directamente con una intención en tu ser, aún cuando esa intención fuera hasta ese momento desconocida por ti. Aquello con lo que se conecta ese estímulo que te inspiró, es precisamente parte de tu propósito.
Hablaremos luego sobre la sensibilidad hacia esos estímulos y cómo aprender a anclar esa fuerza y dinamismo que se nos imprimen, con una voluntad conciente hacia el accionar, comprendiendo también cómo sostener ese impulso en la voluntad y acercarlo al centro de energía más potente con el que contamos: el corazón.