¿Por dónde comenzar?

Por el principio” Parece la respuesta más obvia, y seguro la más precisa, pero … cuando comenzamos a oler una idea, un proyecto, una ruta que seguir … ¿cómo podemos distinguir cuál es exactamente el principio?

Esta es una pregunta de la que no se disculpa hacer aún las personas más avezadas en diseño de proyectos por ejemplo. Aún aquellas que cuentan con largas horas de trabajo sobre sus hombros, tras los cuales han surgido propuestas de investigación, proyectos, asesorías o, incluso, sesiones de trabajo; aún ellas, han aprendido a enfrentarse a esta pregunta cuya respuesta incierta condiciona todo cuanto haremos después: ¿Cuál es exactamente el comienzo?

El comienzo es una idea, un pensamiento, una inspiración o, incluso, una exhalación de energía y esto puede asaltarnos en cualquier momento. Puede llegar en forma destello con ímpetu durante esa escena que tanto nos gusta de la película que más nos agrada. Puede estar empacada en un “¿Qué pasaría si?”, o puede tener incluso una forma algo más concreta y específica como unas notas luego de una siesta, o unos garabatos sobre cualquier servilleta durante un café con amigos. Puede ocurrir en medio de una crisis emocional o económica de la creemos no poder salir, o puede llegar cuando intentamos convencernos de que como estamos, vamos bien.

Las situaciones descritas pueden tener un elemento en común: durante esos episodios, realmente no estamos buscando ideas, no estamos pretendiendo organizar un proyecto, organizar un viaje o crear una nueva empresa por ejemplo. Sólo estamos siendo nosotras/os mismas/os. Durante estas situaciones, estamos en un estado desnudo del ser, donde no enarbolamos las cotidianas (auto)defensas y presencia de otros que puedan juzgar nuestro comportamiento, nuestro accionar o nuestras ideas.

Las ideas, estoy convencida, no ocurren en un vacío de contenidos o experiencia. Por el contrario, permanecen en condición de latencia y obedecen a procesos profundos y complejos que se operan en nosotras/os más allá de que seamos conscientes de ellos o siquiera les prestemos atención a su ocurrencia. Sin embargo, no solemos dar mucho crédito a aquello que pensamos pues, en general, operamos en un marco de convencionalismos (sociales, académicos, institucionales…) dentro del cual está mal visto tener ideas propias, pues se acepta que hay todo un proceso formal de adiestramiento, aprendizaje y formación generalmente académicos, que permiten una suerte de autorización para poder tener ideas.

Aunado a esto, también hay factores que ya hemos hecho cotidianos, y a los que muchas veces permitimos impedir a ideas genuinas y con potencial llegar a nuestro subconsciente y aflorar. Por ejemplo, la razón y la lógica cotidianas, como buenas hijas de aquello que hemos aprendido en nuestros procesos educativos o familiares pero siempre naturalizados de socialización y adaptación al sistema social en el que nos insertamos, y gracias a los cuales hemos adquirido mayor o menor destreza en asumir nuestros roles sociales respectivos, esas buenas damas, en muchas ocasiones se encargan de silenciar los momentos en los cuales pueden aflorar, casi por descuido, buenas y motivadoras ideas.

En mi experiencia, he llegado al convencimiento de que el verdadero comienzo ocurre en el momento en que decidimos aceptar su presencia enforma de momentos de vida siempre enriquecedores. Los buenos principios de las cosas, de las ideas, de los proyectos, no conocen de cortapisas, de segmentaciones de mercado, de palabras exactas y de experiencias concretas. Y, sobre todo, su bondad no depende del valor intrínseco de la idea.

Sin embargo, aquellas damas (la razón y la lógica), con mucha frecuencia, acuden a nuestros predios, a buscar asirnos a espacios de certezas, de confianza y preeminencia de lo conocido y lo sabido. En medio de las certezas pocas veces ocurren ideas innovadoras, y la explicación es muy simple: si todo es conocido, cierto, sabido y comprobable, ¿para qué necesitaríamos una nueva idea?

Así que el mejor comienzo, al menos para mí, es siempre una pregunta que conquiste, enamore y, sobre todo, enganche. Si, el enganche es un condicionante determinante de que esa nueva idea logre conseguir oxígeno para alimentarla en el aliento que tome su desarrollo.

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